Su nombre es Adrian Kimei Arakaki, nació en Rosario, en 1967. Hijo de Susana Doria de Arakaki, es descendiente de española e italiano y su padre, Carlos Hideo Arakaki, es hijo de Antonia Huerta, argentina y Kiyoshi Arakaki, un paisano que fue muy querido en la colectividad. Toda su infancia la ha vivido en Rosario. Recibido de Técnico Químico en el Politécnico(’86) y Licenciado en Biotecnología de la UNR(’95). Distinguido con el Premio Jóvenes Destacados Nikkei 1997 en el área Ciencias. En el 2000, a los pocos días de terminar su doctorado en la Facultad de Ciencias Bioquímicas y Farmacéuticas, se fue a los Estados Unidos junto con su esposa Susana Do Brito, a pasar lo que supuestamente serían un par de años de pos doctorado en el Donald Danforth Plant Science Center, en Saint Louis, Missouri.
¿Cómo se dio la posibilidad de irte a trabajar a Estados Unidos?
Fue gracias a una beca de una fundación privada de los Estados Unidos, The Pew Charitable Trusts, que apoya monetariamente a jóvenes científicos de América Latina a través del Pew Latin American Fellows Program in the Biomedical Sciences. En principio la idea era volver a Rosario luego de los dos años que duraba la beca, pero la crisis del 2001 y el ofrecimiento de mi jefe de contratarme luego de finalizado el periodo de la beca, hizo que cambiáramos de opinión. Luego, en el 2002 nació mi hijo, Matias Kenji, y a los seis meses pasé a trabajar en el Center of Excellence in Bioinformatics, en Buffalo, Nueva York, donde nacieron Nicolas Toshio en el 2003 y Tomas Kiyoshi (en honor a su bisabuelo)en el 2005. A fines de 2005, cuando Tomas tenía sólo un mes, nos mudamos nuevamente, esta vez a Atlanta, Georgia, para trabajar en el Center for the Study of Systems Biology,
dependiente del Georgia Institute of Technology. ¿En que campos de la biotecnología te especializas y básicamente que investigaciones se desarrollan en dichas especialidades?
En realidad, aunque mi título de grado es en Biotecnología y mi formación científica bajo la dirección del Dr. Eduardo Ceccarelli fue principalmente experimental, mis temas de investigación postdoctoral están más relacionados con la Biología Computacional, una disciplina con la que sólo tenía moderada experiencia, basada más que nada en auto entrenamiento. Las disciplinas en las que trabajo son Biología Estructural, Bioinformática y Biología de Sistemas. Mis temas de investigación están relacionados con la predicción de la función de los millones de proteínas codificadas en los cientos de genomas que están disponibles en la actualidad. Esa información funcional es útil para el desarrollo de nuevas drogas o procedimientos terapéuticos para atacar enfermedades como cáncer o asma. Aunque mi trabajo es computacional (básicamente me siento frente a una computadora a programar y manipular datos biológicos en un clúster de más de 4000 procesadores) mantenemos colaboraciones con grupos experimentales que validan nuestras predicciones y prueban nuestros métodos. Por ejemplo, el proyecto que es más prometedor en este momento trata de una forma de emplear moléculas sintetizadas en nuestro propio organismo para combatir cáncer. Por ahora sólo tenemos resultados experimentales en líneas celulares, pero estamos buscando fondos para financiar experimentos en modelos animales. Otros temas de investigación en los que estoy trabajando tratan sobre el origen y evolución de la estructura y función de proteínas, además de otras colaboraciones con varios grupos experimentales en el Georgia Institute of Technology, que trabajan en Ecología Microbiana, Bioremediación y Sistemas de Transducción de Señales.
¿Que recuerdos tenés de tus vivencias dentro de la Colectividad?
Mi memoria más temprana de vivencias dentro de la Colectividad es simplemente una imagen de cuando tendría unos tres años, juntando chapitas (tapas de gaseosa) en el pasillo de la AJR, junto a Carina Uehara, los dos muy calladitos y concentrados en nuestra tarea. También recuerdo muy bien los picnics de primavera con los grupos divididos por colores y los tanomoshis donde tenía la oportunidad de probar algunos platos que eran exóticos para mí. Un detalle que aún hoy me viene a la memoria cuando estoy colaborando en algún evento en la escuela de mis hijos, son las fiestas en la AJR, donde todos colaboraban con algo, desde la preparación de los pollos asados, a el armado de las mesas con caballetes y tablones, y el desplegado de las sillas apilables. Por supuesto que también recuerdo las melancólicas notas del samisén tocado por los ancianos, en la salita que estaba al lado de la administración. En mi adolescencia empecé a frecuentar más la asociación, especialmente en las vacaciones de verano y los domingos. En la barrita de chicos de mi edad estaban Nerina, Diego, Carina, Hatsu, Taki, César, Ariel, Sandra, Claudia, Andrea, a muchos no los he vuelto a ver desde hace más de quince años pero los recuerdo con mucho cariño, tanto a ellos como a tantos otros, más grandes y más pequeños que formaban una gran familia.
¿Influyó en algún aspecto de tu vida ser nikkei? De qué forma?
Quizás porque sólo uno de mis abuelos fue de origen japonés y en mi familia no se seguían muchas tradiciones japonesas, no puedo decir que ser nikkei influyó decisivamente en mi vida, pero hay dos aspectos donde puedo reconocer cierta influencia. Uno es el respeto hacia los mayores y otro es el reconocimiento de la importancia de una buena educación, sin embargo es muy difícil discernir si mi aprecio a esos valores son el resultado de ser nikkei o de la educación inculcada por mis padres. Un incidente aislado donde ser nikkei fue definitivamente una ventaja, me ocurrió cuando tendría unos 17 años y estaba haciendo tiempo para entrar a una peña bailable por el bajo, cerca de la Prefectura. Sin darme cuenta, empecé a caminar por un lugar que al parecer era de acceso restringido, e inmediatamente aparecieron dos policías a interrogarme, mientras otro tanteaba las puertas de los autos que estaban cerca, para ver si yo estaba intentado abrir alguno. Ya parecían dispuestos a llevarme detenido, cuando me pidieron los documentos y leyeron mi apellido. “Arakaki, sos japonés vos?”, me dijo uno y le comentó al otro policía: “Los japoneses son buena gente”. Y así nomás me dejó ir con una reprimenda, “La próxima vez lea los carteles joven”. Quizás algún Arakaki le habría hecho un favor a ese señor, no lo sé, pero prefiero creer que fue la buena imagen de la colectividad japonesa lo que me salvó.
Agradecemos la excelente predisposición de Adrián para la entrevista y la buena onda al ofrecerse a colaborar con el Nikkei Rosarino. Desde ya muchísimas gracias!!!!.
2 comentarios:
Muy linda nota, y las fotos.
Saludos de Baltazar, Romina y Diego, otra familia Do Brito
Muchas gracias Adri!! Un abrazo de MSD y CHA
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